Cuentos Urbanos


La Necro

Entretenido y enredado entre una taza de café, uno de mis pensamientos más brillantes y las piernas de la mesera, descubro por casualidad que al fondo del salón una mujer que apenas logro distinguir no me quita la mirada de encima.
Mientras registro un fuerte aporte a mi “egoteca” por mi irresistible presencia, noto casi petrificado que dicha mujer se dirige a mi mesa…, cada paso que daba era como un baldazo de agua fría directo a mi espalda.

“Hola…”, me dice con gran entusiasmo (mientras se quita las gafas), no te acuerdas de mi…, soy María (la llamaré así para cuidar mi integridad física y mental) , aun petrificado por la magnitud de tal hecho logro articular un casi silencioso y tartamudo “no”.

- A ver…, imagíname con falda roja, con cuadros blancos, plisada, saco azul, frenillos…

En el momento que dijo falda plisada supe quien era, pero dejé que terminara la descripción, casi sin parpadear, la miraba con toda la atención que mis fantasías me permitían, al final, simulando sorpresa, le contesté que “por supuesto…” sabía quien era, cómo no voy a saber?, era la misma que en el colegio nunca me regreso ni a ver, la que le dio un nuevo significado en mi vida a la palabra “imposible”, la misma que me hacía sentir que no existía y al siguiente segundo se despedía con un beso en la mejilla, esa mujer de piel blanca…, hermosa como le daba la gana, cómo no voy a saber quién era?

Me puse de pie y como si lo hubiéramos acordado previamente, nos abrazamos al mismo tiempo, ella con nostalgia, yo con desquite, fueron el par de segundos más eternos.

- Dale, siéntate…, le digo

mientras le ofrecía una cerveza…

- ¡Pana!, una cervecita…

Empezó a contarme de su vida luego del colegio, de sus estudios en psicología, de New York, de cómo había disfrutado su juventud en la Yoni, de su matrimonio con un curador de alguna galería new yorquina…, “intelectualoide fanfarrón”, de su divorcio…, me contó todo, cada instante que no le había visto, al menos eso creía…, “y tú, qué ha sido de tu vida”, simplemente balbuceo…, cómo le iba a confesar que no soy nada, que vivo componiendo jingelsitos estúpidos para la radio, que soy más terrenal que una lagartija. Con alguna excusa cambio el tema de conversación, le cuento de la vida de nuestros compañeros del “cole”, probamos nuestra memoria y viajamos al pasado, recordamos al profesor que nunca dictaba clases.., los recreos, el bar del colegio, la profesora de investigación con ese gran escote que dejaba ver esas gigantescas tetas, de nuestro compañero obeso que su único objetivo en la vida era ser militar, mis bromas y castigos, de sus pretendientes…¿cómo no…?, no se porqué pero de un momento a otro, ella me dice, que últimamente había pensado en mí, que era extraño pero que desde que regresó a Quito pasaba todo el día recordándome, maldita, cómo me puede contar eso, no aguanté más y le confesé que toda la vida me había gustado (aunque en vez de confesión parecía reclamo), que estuve enamorado toda la secundaria y que formó parte de alguno de mis sueños más creativos, si, ahí estaba yo con el corazón en la mano, y ella como si nada, observándome como a un niño que confiesa su travesura, y en ese momento tan sincero..., el celular suena, el mío no…, el de ella, contesta sin dejarme de ver a los ojos y al escuchar la voz de no se quién, su rostro se frunce como si chupara un limón…, le contesta sin temor a que la escuche, le aclara que no quiere que le llame otra vez, y corta la llamada, luego…, silencio…, sólo me mira a los ojos, yo como gran estúpido le pregunto -“¿pasa algo?”, ¿qué pregunta…?. -“No fresco todo bien otro día te cuento”, “otro día” eso quería decir que la volvería a ver…

Luego de miles de recuerdos y de cervezas, la noche se presentaba tentadora, probando mi suerte, le pregunto si ya ha salido a bailar?, ella me dice que no…, sin dejarle contestar completamente, le cuento de ese bar que tocan solo “Salsa”.

- Te invito vamos…, le digo


Sin decir si o no, levanta la mano y el mesero se acerca, yo no entendía lo que pasaba, seria algo que dije…

- La cuenta…, dice

Boquiabierto me quedo callado, el mesero regresa con la cuenta, torpemente busco en mis bolsillos, pero ella ya había sacado el dinero justo y un dólar más, la propina…, yo sigo sin articular una sola palabra. Ella se levanta de la silla y me dice “vamos”.

En la disco, jugamos al reencuentro y ha seducirnos tácitamente, bailamos…, confundimos la piel, el sudor y nuestro aliento en cada paso.

En uno de mis viajes a la barra, me encontré con algunos amigos que preguntaban sorprendidos por mi acompañante, yo sólo les respondía con una mueca que parecía una sonrisa y me alejaba orgulloso.

Pasaron algunas horas que parecían no pasar, de pronto acerca su rostro húmedo por el sudor a mi oreja y me pregunta si quiero ir a su departamento, un escalofrío que parece también sentir María me recorre por todo el cuerpo, solo muevo la cabeza asintiendo y salimos de ahí.

Subimos a un taxi sin negociar el precio, parecía que nos atrasábamos a algún sitio, mientras me contaba que el departamento lo había comprado después de su divorcio, no podía quitar mi mirada de sus labios, hasta que me los abalance, creo que no dejamos de besarnos hasta llegar a su departamento, pague el taxi, me faltó un dólar, que María rápidamente me lo facilitó, entramos…, ella saluda con una sonrisa al portero mientras nos observaba vigilante, esperamos el ascensor, antes de entrar le pregunto, ¿a qué piso?, al quinto dice ella, dentro del ascensor María saluda a una cámara pequeña que nos vigila desde una esquina, voltea, me abraza, me enreda con una pierna y me besa, yo solo podía aceptar, yo solo quería aceptar.

Entramos al departamento, ella corre a su reproductor de audio y me pregunta, -“a ti te gustaban los Beatles no? , pone el “Rubber Soul”, el segundo track “Norwegian Wood”, a mí ésta me encanta dice ella, yo recordé la anécdota de Lennon sobre la canción y la culpa quería arruinarme la noche,


-“Rubber Soul” es lo que yo tengo.

Parecía que la cítara de Harrison llevaba el ritmo de nuestros cuerpos, creo que este momento lo recree miles de veces en mi imaginación, lo que parecía que nunca me iba a pasar estaba pasando, “In my life” seguía acompañando nuestros juegos.


María me susurra que este momento lo ha esperado siempre…, qué?, no puede ser,.que brutal confesión y yo nunca le dije nada…, la culpa era de mi baja autoestima, tanto tiempo perdido, pero pretendía recuperarlo en cada oscilación.

Todo fue perfecto, yo imaginaba todo lo que podíamos vivir de aquí en adelante, todo lo que le podía mostrar, todo lo que le iba a querer…, parecía que por fin mi vida tomaba sentido, había nacido para quererla.

Cuando el cielo se tornaba de negro a celeste y ya casi a punto de rendirnos del cansancio, ella me dice que tiene que contarme algo, yo suponiendo que se trata de algún novio, tal vez, el que llamó por celular, le digo que me lo cuenta después, María insiste, yo comprensivo le pregunto qué pasa…? Como confesando algo si importancia me dice que se está muriendo, que tiene una especie de cáncer a la sangre incurable, yo abro los ojos y la boca al mismo tiempo e intento retirarme un poco, ella dice “tranquilo no es contagioso”, -soy un imbécil-.


María continúa confesándome que le queda como un año de vida, que regresó y que el destino había propiciado nuestro encuentro, que no me lo había dicho antes por temor a que yo no lo entienda. Qué le digo…?, solo acaricio y retiro los cabellos de su rostro le interrumpo poniendo mi dedo anular sobre su rosada boca, le acurruco en mis brazos, ella tampoco dice nada, aliviada descansa en mi pecho….


Espero que se duerma profundamente, con delicadeza y cuidado acomodo su cabeza en la almohada, la cobijo con el edredón blanco, la contemplo por unos minutos e intento congelar el instante, salgo en silencio de su cuarto, termino de vestirme en el ascensor, saludo a la camarita, me despido del portero, afuera hace frío…, repaso en mi mente toda lo ocurrido en la noche, creo que nunca le dije donde vivo, me alejo caminando mientras pienso que yo no le hago a la necrofilia.
(Cualquier parecido con la realidad...)
Fotografía: Lucía Yanez